Epístolas de las Breves Congojas (en desarrollo)

 (22/IX/21)-(23/XI/21) (D. IX)

Contexto: Cartas de Bardo dirigidas al príncipe Froilán (pronto se hablará de él), su hermano, después de la muerte de Rajib (N. B.) y después del Final. Bardo regresa de donde vino y Froilán, desde entonces, no vuelve a saber nada sobre él. Para su mayor entendimiento espere los capítulos futuros o datos relevantes que, a mi promesa, estaré publicando en este blog. Como siempre, excuso el siguiente método narrativo.  

He decidido a profundizar el Bosque en el cuál conocí a él, a esa llama que me conducía por el sendero denominado destino y por los abismos a los que yo les llamaba vacío. Lo he perdido, lo he perdido, he perdido mis alas.

Al fin lo he hecho, he obtenido lo que merecía. He perdido una pierna, mi inocencia y mi camino. No volveré a pisar nuevamente el campo Verdugo, aunque mis profundas llamas me atraigan hacía él. Los fuegos fatuos me engañarán, produciéndome la pesadumbre con la que he viajado. Con la que estoy encadenado, desde que el final de todo me quitó a lo que más amaba… a lo que no debí de amar.

Aquél era mi fruto prohibido, que yo siendo una breve golondrina tomé para mis huertos. No debí de haberlo tomado, ni siquiera cuando las congojas me cambiaron mi apellido, el apellido que actualmente gobierna. No, lo tomé, y como consecuencia él fue marchito, marchitándose se fue pudriendo, hasta que su fétido olor llegó a profanar mi ánimo, provocando el motivo de estos escritos.

No poseo ahora ningún dueño, ahora soy una bendita ave libre… soy ahora el duque, lo que siempre desee para mí. Me han dado duras penas. Con crudeza mis enemigos me han llevado al Mortálido, lugar del cual no se regresa. He sido puesto a disposición de Ágases, demoni No hay testimonio que evidencie mi regreso, ni mucho menos perecidos que para reinos no han servido. 

Pero ¿Quiénes han sido mis dueños? ¿A quiénes yo he servido? Benévolos fueron aquellos, pero ahora, de los dos que recuerdo, ninguno sigue vivo. El primero fue muerto por el gran dragón, la unión de las serpientes que se mordían entre ellas. El segundo, hijo de bellezas, ese fue asesinado por la espada de mi tío, el barón rojo. A esas dos gaviotas le conduce un viaje al cerezo, al bendito árbol de la unión, ya que el Mortálido sólo es lugar para los mil ojos que envenenan hasta regir. Malditos.

He decidido a enviarte este conjunto de cartas, pues sabiendo que nuestro final agridulce no obtendrá consuelo ni ánimo alguno, pues he aquí estoy, escribiéndote esto, aún con vida. Heme hermano mío, aun vagando por el abismo por el cual se cruza la soledad, pues me espera todavía el sendero al que yo llamo vida, sosiego. 

Comentarios